lunes

Las manos limpias, tan limpias.



Y acabose,

la benevolenta ignorancia del ayer,

se vuelven dañosas las cosas hermosas.


Y ahora,

la ignorancia enfachada de cultura instantanea

hace del lamento tan sólo nostalgia de museo.



Y pronto,

ya no se es malo sin querer,

sino solamente bueno mintiendo.



Gustavo Adolfo Maldonado


viernes

Alodado


Hoy mis pies se ven diferentes,

más delicados, con brillo de porcelana.

Y la angustiosa mirada de perro mojado.


Su silueta esbelta se ve más menuda hoy,

como una bailarina luego de un terrible accidente.


Frágiles y apenados, no sé si perdonarlos

por caminos violentos haberme llevado.


No vacilaron su andar, sin esquivar piedras y charcos

y al dar un traspiés rieron al verme caer.


No sé si por arrepentimiento o por miedo a ser destajados,

se enrollan acurrucados uno sobre otro.


Pienso cambiarlos por otro par de manos,

son ellas más dóciles a mi mando.


Pensándolo bien, con cuatro manos,

podría poco andar, y mucho hacer.


Entrego los tarsos calcinantes

Antes que engullan mis tristes anhelos.


Renuncio a ellos por las lágrimas enlodadas

y la vil complicidad.


Por llevarme a donde no quiero ir.


Gustavo Adolfo

martes

Diagnóstico de Obsesión.


Creo estar obsesionado,

ya no estoy seguro que sea Amor.

Porque me pesas y pesas

y casi siempre en la cabeza.


Me gotea siempre tu idea,

a veces azul, a veces roja, a veces blanca,

entre caminos repetidos

y rugosas sabanas.


No estoy seguro,

pero sospecho,

que no es en el pecho

el artífice de este movimiento.


Así soy y así te quiero.


Te quiero mi princesa,

de cabellos largos y trenzados.

De ubicación cósmica,

muy por encima de las olas y la mar.


Y no miro de cerca,

ni toco más allá de rozar,

no sea que mi atrevimiento

te haga fallar.


Y extraño, no porque te haga hermosa

sino porque te hace no cambiar,

tu sonrisa infantil

y la mirada fugaz.


Así soy y así te sufro.


Ay! Como mata la indiferencia.

¿Por qué no me quieres odiar?

Para darte alas,

que la verdad no pueda tronchar.


No dejes que mi iris

se incendie con tu calma.

Dame los grises malditos,

que no provocan ni furia ni gritos.


Y toco la puerta o la ventana,

con nieve en la frente.

Esperando poder,

el vidrio estallar.


Así soy y así voy.


Tal vez, no lo sé, pero creo

que esto es, ya, ningún Amor.

No es el corazón, sino el pensante,

el que desvaría mi caminar.


Gustavo Maldonado